Seguimos insistiendo que las últimas estadísticas de la SEDRONAR corroboran el escenario del creciente consumo en la ingesta de alcohol por parte de nuestros niños y adolescentes.
Podemos analizar que tipo de bebida o mezclas consumen, volúmenes de consumo, patrones de consumo, pero también es necesario centrarnos en pensar en el espíritu de esos pibes que en el alcohol encuentran aquello que sienten no tener.
Por eso muchos califican al alcohol como una bebida espirituosa, una manera trucha de conseguir el espíritu que siempre anhelan pero pocas veces consiguen: diversión, evasión y pertenencia.
El espíritu de esos pibes trasuntan desamparo y mucha angustia; su escenario emotivo asume la idea de disfrutar perdiendo la conciencia, con el efecto ansiolítico y analgésico que el alcohol les propone para transitar un laberinto zigzagueante hacia el abuso, un laberinto cargado de ansiedades y de temores.
Los expertos sostienen que entre otras causales (la baja percepción del riesgo de tomar alcohol por parte de los adolescentes, el fenómeno cultural de naturalizar el consumo, su alta tolerancia social, etc.) "el ritual de la previa", tiene una gran influencia en las estadísticas antes señaladas; esa "maldita previa" que tanta incomodidad genera en los padres que mas allá de estar a favor o en contra, saben que es ahí donde el alcohol se ingiere más profusamente.
Esa misma previa transparenta el vínculo del chico con el universo parental adulto, muchas veces los muchachos y chicas que se reúnen alrededor del "tótem de la botella" son amparados por los mismos "padres adultescentes" con argumentos como "prefiero que chupe aquí y no afuera porque la calle está dura"; "es mejor que tomen en casa porque los puedo controlar" y frases por el estilo.
Quizá porque los padres, por no querer parecerse a los suyos, empezaron a tener miedo de ejercer la autoridad. Pero últimamente hubo una toma de conciencia de muchos padres sobre que se ha exagerado en eso de diluir la figura paterna, de homologarla con el autoritarismo. La autoridad tiene una connotación negativa y es menester desterrar este concepto; cuesta reciclar esta palabra que es muy valiosa y amerita el honor correspondiente. Al sentirse tan frágiles los padres, todo es una amenaza porque no pueden contar con el pasado, con las costumbres acumuladas. La ideología actual es la de la satisfacción inmediata de los chicos, la de "no seas mala onda, no seas dinosaurio".
Entonces si la calle está dura, si me cuesta mucho ser grande, si no hay horizontes, si mamá y papá no quieren trabajar de padres para no ejercer la autoridad que les cabe, desde luego la botella me puede ofrecer aquello que antes me ofrecía la mamadera: amparo, sosiego, paz, amor. Por ello los chicos que abusan del consumo de alcohol "se maman" porque "estar mamado" es lo más parecido a aquellas épocas donde el cobijo era la lactancia.
Cuando eran bebés y se sentían desamparados "chupaban la teta" y se tranquilizaban, pero hoy en día muchos de los niños y adolescentes que "chupan alcohol" no se tranquilizan, más bien todo lo contrario incurren en conductas de riesgo para sí mismos y para terceros.
Por ley tenemos una prohibición de venta y dispensa de alcohol para menores de 18 años, en muchos países de Europa se ha subido ese límite hasta los 25 años. Esto no es antojadizo ya que el cerebro no termina de formarse a los 18 años e incluso puede madurar hasta los 27 años.
El alcohol altera de modo muy particular las neoformaciones cerebrales que es muy vulnerable en esta etapa, sobre todo si se producen intoxicaciones esporádicas de una o dos por semana por consumos episódicos excesivos (CEEA).
El daño cerebral el menor lo pagará a largo plazo: llegará a sus 40 años con un déficit cognitivo importante que no tendría si no hubiese consumido alcohol en exceso, si no se hubiese "mamado".
Como padres tenemos el hermoso y complejo desafío de generar una nueva autoridad, clara y firme pero no por eso autoritaria.
Encontrar la forma de volver a crear la autoridad porque sin
autoridad no hay crianza, por eso es tan importante poder
ejercer la autoridad que tenemos como adultos sin temores.
Tenemos que "marcar la cancha" para que nuestros hijos puedan jugar su partido y nosotros no paralizarnos ante el miedo a equivocarnos o a que nos tilden de autoritarios.
Encontrar la forma de volver a crear la autoridad porque sin
autoridad no hay crianza, por eso es tan importante poder
ejercer la autoridad que tenemos como adultos sin temores.
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