lunes, 6 de enero de 2020

PADRES ADULTESCENTES II

Recuerdo a Telémaco hijo de Odiseo que en la Odisea encarna al joven que espera al padre. Es el mito griego de un joven al que le hace falta un padre. Mira al horizonte del mar y espera al padre para ordenar su casa y las polis. La demanda no es de Poder y de disciplina sino de testimonio. Se buscan padres testigos que a través del testimonio permitan encontrarles un sentido a sus vidas.

Los hijos de hoy, los nuestros, parecen ser una suerte de nuevos "Telémacos". Miran nuestros hijos el horizonte esperando la función paterna. Necesitan un padre y ésta es la demanda acuciante de hoy. Mientras la "progresía" discute en las Cámaras la liberación de la marihuana, los jóvenes se ríen de este mundo adulto decadente ya que la marihuana es solo un ingrediente del "combo" actual de drogas.
No hay que añorar al padre-padrone (padre patrón) sino al padre que permita heredar algo o sea que transmita la ley de la Palabra, que la vida no es violencia contra sí o contra otro. Sin transmisión no hay filiación. Hoy nuestros hijos están desheredados porque no le hemos transmitido la palabra.






Cuando abordamos a jóvenes dependientes a sustancias o sea aquellos que tienen un comportamiento compulsivo y no pueden dejar la obsesión por consumir, analizamos siempre una vieja fórmula pero que sigue siendo actual en donde hay tres elementos que inter-retro-actúan entre sí: tipo de personalidad y su historia evolutiva y de aprendizajes, las sustancias con su poder de daño tóxico sobre los sistemas orgánicos y psicológicos y el contexto (familiar, social, cultural) que rodea al jóven que pide ayuda.
Cada vez más me interesa el contexto. Trabajo con jóvenes que buscan un padre o a padres. Están con ellos, pero éstos son solo "niños que juegan" con ellos a drogarse. Padres cómplices, "pares" con sus hijos, adolescentes ellos, padres adultescentes.

Crecer asusta, y los jóvenes hoy se apoyan en muletas que los ayuden en ese trajín. El alcohol y las drogas son dos de las maneras de suavizar lo que preocupa. 

Nuestros hijos no nos oyen todo el tiempo pero NO DEJAN DE MIRARNOS, la pasión que no podemos transmitir a nuestros jóvenes, el entusiasmo que les debemos a la hora de mostrarles el camino hacia el mundo adulto, muta en estos tiempos por placer líquido, por panaceas etéreas, por anestesias al miedo de dar el salto desde el confort de ser niño. Los padres sueltan riendas mucho más de lo que debieran por un temor oculto a que sus hijos dejen de prodigarles amor, temen a menudo plantarse amorosamente firmes frente a sus hijos por temor a perder el cariño de los mismos.  Miedo a que se enojen, a que se frustren, a que sufran. La suma de todos estos miedos da como resultado a estos padres amorosamente tibios en un rincón e hijos que desafían dónde y cuándo no tienen que hacerloNo dejarán de querernos si hacemos las cosas bien y los cuidamos, se irán unas horas y volverán sin dudar porque necesitan de nuestros límites que son amor, prudencia y refugio, aunque les dé a menudo mucha bronca e impotencia. Aprenderán, ni más ni menos, a crecer. 





Nuestros hijos hoy se doctoran en cultura cannábica en la universidad Google ...

“¿estamos todos de acuerdo en que no es normal ni natural que nuestros chicos consuman marihuana?” les pregunto a mamás y papás en mis talleres y el silencio de su respuesta abruma...

No podemos, no debemos, de ninguna manera, naturalizar que nuestros niños consuman marihuana ni ninguna otra sustancia psicoactiva. Como padre, como profesional que trabaja con adolescentes y jóvenes que consumen, se me pone la piel y carne de gallina cuando oigo, veo, convivo con padres que bajan brazos, sin ser conscientes que lo hacen y se alinean con la cultura pro cannábica. 


La otra opción es entender y admitir que sus hijos tienen problemas con el consumo de drogas, y que los padres somos parte de este problema. La negación, una vez más al servicio de la patología adictiva, pero esta vez es un fenómeno no singular e individual sino cultural. Y esto lo hace más complejo. 
Fumar marihuana de tanto en tanto, con amigos, de forma social, es similar a pasear por una cornisa, ancha, desde un primer piso; nadie se va a matar si se tropieza y cae, pero sin dudas se romperá algunos de los huesos. 
Nunca nadie puede saber si en algún momento de su vida las circunstancias lo llevarán a dejar de manejar lo que hasta ese entonces estaba dominado. 
El cannabis es una sustancia psicoactiva, genera alto grado de dependencia, y los peligros son muchos y graves, no sólo por las consecuencias de un exceso en el momento que pueda generar una desestabilización en lo orgánico, sino por el riesgo cierto, y minimizado generalmente, de un pasaje rápido del “yo lo manejo” a instalar un cuadro adictivo, cuyo tratamiento y rehabilitación es un camino de ripio, frente a la alternativa de una ruta de amplios carriles. 

El inicio de la adolescencia está cada vez más acompañado tristemente por diversas sustancias psicoactivas, el alcohol a la cabeza y la marihuana ganando posiciones. Y no nos olvidemos del tabaco (que no es psicoactivo, pero tiene efectos devastadores). El imaginario colectivo se centra en que “la previa” (como denominan hoy los jóvenes al encuentro anterior al ir a bailar) es respecto a la fiesta, a la noche, lo que la elongación es a la actividad física. Pero, para los jóvenes, “la previa” no es otra cosa que encontrarse para “desencontrarse”, porque en ella subyace la idea del alcohol como antesala de la diversión
Nada de eso ocurre: es cierto que el alcohol tiene efectos desinhibidores, pero así como nadie se convertiría en un asesino que no es sólo por embriagarse, tampoco mutaría en un latin lover por el mismo hecho. Somos lo que somos, y lo que tenemos oculto podemos y debemos destrabarlo de formas más saludables que metiendo sustancias en nuestros cuerpos. 




El propio hogar como institución segura es una construcción que se cimienta desde los padres. Cuando éramos pequeños, jugábamos a la mancha y al tocar una pared gritábamos “¡CASA!” y ya estaba: zafábamos, nadie podía hacernos daño. 
La casa debería ser el lugar donde podamos vivir nuestras alegrías con total intensidad, bailar si queremos, cantar sin vergüenzas, estar enojados, todo debería ser seguro y posible allí dentro de lo saludable. 
La casa debería ser refugio. Pésima idea la de pensar a la propia casa como lugar habilitado para las “transgresiones en entorno controlado”: prefiero que tomen aquí en mi casa, porque yo lo estoy controlando...dirían los padres adultescentes...
En el tratamiento de las patologías adictivas, y en países en los que hay consumo de opiáceos por ejemplo, la política sanitaria es darle a los adictos sustancias alternativas menos tóxicas que la de base para paliar los daños que la heroína, por ejemplo, causa. Les dan metadona que es más benévola que la droga que consumen porque la abstinencia en estos pacientes es casi imposible de lograr. 
Heroína inyectable, adictos de años de enfermedad es un escenario muy distinto a adolescentes que comienzan a coquetear con el alcohol por presión de pares, por sentirse grandes, por jugar a ser intrépidos. Los padres NO DEBEN REPETIR modelos tóxicos. 
Me contaba con mucha tristeza una muchachita como su padre le decía resignado: "No voy a poder hacer nada para que no fumes, por lo menos fuma cosas buenas , yo te doy el dinero", triste radiografía de estos tiempos. 
Otros ejemplos: "Que mi hijo cultive acá sus plantitas de cannabis así no fuma cualquier porquería." "Que hagan la previa en casa y de paso les hago esa torta que tanto les gusta." 
No confundamos por favor las cuestiones esenciales de ser padres, cuidemos y digamos NO las veces que tengamos que hacerlo. No habilitemos la exogamia riesgosa en el crecer de nuestros hijos. No dejemos que la propia mirada omnipotente y todopoderosa de la adolescencia los gobierne. 
Que la palabra circule, que nuestros hijos se enojen si tienen que hacerlo. Tendrán dos trabajos, deberán enojarse y desenojarse como dicen las tías. Que los padres cuiden y que sean padres, hoy y siempre.





Padres adultescentes en su manera de “acompañar” a sus hijos adolescentes y su estrategia para moderar los daños del alcohol, SON padres amorosamente tibios. Destaco el amorosamente, no es falta de amor sino falta de herramientas para enfrentar los desafíos que los tiempos y nuestros hijos nos plantean. 

Digo para  empezar, no podemos negociar con la salud de nuestros hijos. No todos los chicos toman, no todos los adolescentes buscan la manera de conectar diversión a través de la inmediatez de cualquier sustancia psicoactiva.

Pensar que es causa perdida lleva a bajar los brazos, a desligarnos como adultos de la responsabilidad de cuidarlos, de marcar señales que los ayuden a crecer. En esta cultura adictiva somos los padres los que debemos mantener posición amorosamente firme a la hora de los límites.


Como padres, el desafío es grande, tengamos en cuenta:

Fundamental es la prevención desde que los hijos son pequeños, no desde el miedo. Recordemos que la prohibición genera el deseo, propiciemos la información sin tabúes, desde el sentido común, desde el diálogo.
Tengamos en cuenta que la etimología de la palabra adicción proviene de “a-dicere”, lo que no se dice… Entonces, si circula la palabra en el seno de la familia aumentamos muchísimo las chances de prevenir situaciones adictivas.


Y DE HECHO....HOY PUEDE SER UN GRAN DIA PARA EMPEZAR!!!





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