La estupidez merecería figurar entre las virtudes humanas;
pero he aquí que, como tantas otras, alguien la colocó en la lista de los
defectos, y ahí se quedó.
Viene del latín stúpeo, stupere, stúpui, que
significa sentir estupor, quedar maravillado. Fueron los mismos romanos los que
asignaron valor despectivo a esta palabra, porque fueron ellos los que
consideraron que no era bueno, en general, dar ocasión a los que nos rodean de
conocer nuestros sentimientos.
Completan el campo léxico de stupere, el incoativo stupescere,
en el que la desinencia funciona de refuerzo, con lo que se refuerza el
significado, pero a la baja: pasmarse, quedarse atónito, cortado, sin saber qué
decir.
El adjetivo stúpidus no tiene necesariamente significado
despectivo. Se usa preferentemente para designar al "estupefacto",
"aturdido", "extasiado", "pasmado"; pero es
igualmente apto para insultarle a uno y hacer que suene a "estúpido,
necio, tonto, insensato, bufón, inculto".
En cambio, la palabra stupefactus
no tiene connotación negativa ni en latín ni en español. Significa
estupefacto, atónito, aturdido.
El verbo Stupefacio, del que
procede el anterior, significa asombrar, pasmar, paralizar, dejar estupefacto
(a otro). Y su forma pasiva stupefío quedarse pasmado, aturdido
paralizado (por la acción de otro).
Vemos, pues, que en
conjunto todo este grupo léxico era bastante tolerante con la estupidez;
incluso la palabra "estúpido" no era del todo ni necesariamente
insultante. Se podía decir con intención descriptiva.
Palabras todas que provienen de la misma raíz latina stupeo,
quedar como atónito; curiosamente igual que estupendo, aunque el uso ha dado a
cada una un significado bien distinto.
Stupefacio era para los romanos
la situación en que quedaba el herido en combate, desconcertado, pasmado por el
dolor y el miedo.
En cualquier caso, todas dirigen nuestra atención hacia
sensaciones que modifican el estado de ánimo del sujeto en un sentido de
minoración.
Así apunta también la definición académica de estupor,
remitiéndola, por cierto, al ámbito médico: “Disminución de la actividad de las
funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o de
indiferencia”.
Para la palabra estupefaciente el Diccionario de la Real Academia Española guarda la
siguiente definición: “Dicho de una sustancia: que altera la sensibilidad y
puede producir efectos estimulantes, deprimentes, narcóticos o alucinógenos, y
cuyo uso continuado crea adicción”.
Aquí ya vemos que la Academia añade el
término “estimulante” que podría considerarse hasta cierto punto como efecto
beneficioso, si no fuera porque se sobreentiende su artificiosidad y se asimila
a otros que no lo son, además de añadirle el perjuicio de la adicción.
En nuestro lenguaje, en cambio, las palabras estúpido y estupidez
están cargadas de mala intención, y así andamos todos huyendo de semejantes
calificativos. Porque en nuestra cultura hemos progresado mucho, respecto a los
romanos, en la ocultación y el camuflaje de nuestros sentimientos.
La consigna
es no inmutarse por nada, no maravillarse de nada, hacer ver que uno está de
vuelta de todo, que no es tan fácil sorprenderle. La
cosa empieza en ficción y acaba en verdad.
Al final ya no te maravillas de
nada, ya nada te sorprende, ya nada te causa estupor. Así no es fácil que te
cataloguen de estúpido o estúpida. Pero he aquí que eso hace la vida muy aburrida: sin emociones, sin nada
que te sorprenda, que te llamen la atención, la vida se te pone de un gris
plomizo.
Pero desde siempre el hombre ha tenido la tentación, y fácilmente la
oportunidad, de modificar sus sensaciones. La naturaleza le ha servido en
bandeja los materiales para ese propósito: alcohol, decenas de plantas, hasta
algunos animales como la cantárida restituidora de virilidades en decadencia. Y entonces, viene el gran invento: los estupefacientes.
Son
unos productos mágicos que te lo hacen ver todo nuevo, maravilloso,
sorprendente; gracias a los cuales recuperas momentáneamente la capacidad de estupefacción.
Por fin vuelves a saber lo que es el estupor, la sorpresa, la
admiración.
Lo que la educación te quitó, la química te lo devuelve.
Te haces
químicamente estupendo.
En resumen, huyendo de la estupidez,
fuiste a dar de bruces en los estupefacientes.
¿Es estúpido el individuo que consume sustancias estupefacientes?
Lo es en un doble sentido, en el coloquial y en el etimológico.
Es estúpido y por momentos se halla estupefacto.
NO TE SIENTAS UN ESTÚPIDO ESTUPEFACTO.
¡HOY PUEDE SER UN GRAN DIA
PARA EMPEZAR!
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