domingo, 3 de junio de 2018

SOBRE ESTUPEFACIENTES Y ESTÚPIDOS...


La estupidez merecería figurar entre las virtudes humanas; pero he aquí que, como tantas otras, alguien la colocó en la lista de los defectos, y ahí se quedó.


Viene del latín stúpeo, stupere, stúpui, que significa sentir estupor, quedar maravillado. Fueron los mismos romanos los que asignaron valor despectivo a esta palabra, porque fueron ellos los que consideraron que no era bueno, en general, dar ocasión a los que nos rodean de conocer nuestros sentimientos.

Completan el campo léxico de stupere, el incoativo stupescere, en el que la desinencia funciona de refuerzo, con lo que se refuerza el significado, pero a la baja: pasmarse, quedarse atónito, cortado, sin saber qué decir
El adjetivo stúpidus no tiene necesariamente significado despectivo. Se usa preferentemente para designar al "estupefacto", "aturdido", "extasiado", "pasmado"; pero es igualmente apto para insultarle a uno y hacer que suene a "estúpido, necio, tonto, insensato, bufón, inculto". 
En cambio, la palabra stupefactus no tiene connotación negativa ni en latín ni en español. Significa estupefacto, atónito, aturdido.
El verbo Stupefacio, del que procede el anterior, significa asombrar, pasmar, paralizar, dejar estupefacto (a otro). Y su forma pasiva stupefío quedarse pasmado, aturdido paralizado (por la acción de otro).








Vemos, pues, que en conjunto todo este grupo léxico era bastante tolerante con la estupidez; incluso la palabra "estúpido" no era del todo ni necesariamente insultante. Se podía decir con intención descriptiva.  


Palabras todas que provienen de la misma raíz latina stupeo, quedar como atónito; curiosamente igual que estupendo, aunque el uso ha dado a cada una un significado bien distinto. 
Stupefacio era para los romanos la situación en que quedaba el herido en combate, desconcertado, pasmado por el dolor y el miedo. 
En cualquier caso, todas dirigen nuestra atención hacia sensaciones que modifican el estado de ánimo del sujeto en un sentido de minoración.

Así apunta también la definición académica de estupor, remitiéndola, por cierto, al ámbito médico: “Disminución de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o de indiferencia”. 

Para la palabra estupefaciente el Diccionario de la Real Academia Española guarda la siguiente definición: “Dicho de una sustancia: que altera la sensibilidad y puede producir efectos estimulantes, deprimentes, narcóticos o alucinógenos, y cuyo uso continuado crea adicción”. 


Aquí ya vemos que la Academia añade el término “estimulante” que podría considerarse hasta cierto punto como efecto beneficioso, si no fuera porque se sobreentiende su artificiosidad y se asimila a otros que no lo son, además de añadirle el perjuicio de la adicción.

En nuestro lenguaje, en cambio, las palabras estúpido y estupidez están cargadas de mala intención, y así andamos todos huyendo de semejantes calificativos. Porque en nuestra cultura hemos progresado mucho, respecto a los romanos, en la ocultación y el camuflaje de nuestros sentimientos.

La consigna es no inmutarse por nada, no maravillarse de nada, hacer ver que uno está de vuelta de todo, que no es tan fácil sorprenderle. La cosa empieza en ficción y acaba en verdad.

Al final ya no te maravillas de nada, ya nada te sorprende, ya nada te causa estupor. Así no es fácil que te cataloguen de estúpido o estúpida. Pero he aquí que eso hace la vida muy aburrida: sin emociones, sin nada que te sorprenda, que te llamen la atención, la vida se te pone de un gris plomizo









Pero desde siempre el hombre ha tenido la tentación, y fácilmente la oportunidad, de modificar sus sensaciones. La naturaleza le ha servido en bandeja los materiales para ese propósito: alcohol, decenas de plantas, hasta algunos animales como la cantárida restituidora de virilidades en decadencia. Y entonces, viene el gran invento: los estupefacientes.


Son unos productos mágicos que te lo hacen ver todo nuevo, maravilloso, sorprendente; gracias a los cuales recuperas momentáneamente la capacidad de estupefacción.
Por fin vuelves a saber lo que es el estupor, la sorpresa, la admiración. 

Lo que la educación te quitó, la química te lo devuelve.
Te haces químicamente estupendo
En resumen, huyendo de la estupidez, fuiste a dar de bruces en los estupefacientes. 



¿Es estúpido el individuo que consume sustancias estupefacientes? 

Lo es en un doble sentido, en el coloquial y en el etimológico. 

Es estúpido y por momentos se halla estupefacto. 















NO TE SIENTAS UN ESTÚPIDO ESTUPEFACTO.



¡HOY PUEDE SER UN GRAN DIA

 PARA EMPEZAR!






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