“Quiero
ser un pendejo aunque me vuelva viejo” cantan los Auténticos Decadentes en su canción PENDEVIEJO.
La
juventud es un territorio en el que todos quieren vivir indefinidamente; la
“adolescentización de la sociedad” es un nuevo mandato
inducido por el marketing y la publicidad que tiene que ver con el mito de la
juventud eterna: los chicos quieren ser adolescentes antes y los adultos quieren parecerse más a
los adolescentes.
Los "adultescentes" son
adultos por edad y por experiencia pero no aceptan ubicarse en un lugar
diferente respecto de los jóvenes; reniegan de ser adultos y esto trae aparejado un gran problema para los adolescentes, porque el "padre adultescente" genera vínculos desde la horizontalidad.
Padres, que en rigor de verdad, tienen dificultades para
asumirse como padres; que quieren ser amigos de sus hijos; que se resisten a marcar
las reales diferencias generacionales que existen entre ellos; que buscan una cercanía que no es real, que buscan la aprobación del adolescente.
Quieren oír de él que ellos están actuando “bien”, que hacen “lo que hay que
hacer”. En esencia buscan que el adolescente los reconforte. De ellos el padre suele
esperar seguridad. Quiere que su hijo lo haga sentir joven, competente.
De modo que los adolescentes así se
transforman un poco en los padres de sus padres y se ven obligados a ser padres de sí mismos, quedando huérfanos.
Hoy
en día pareciera que cada pareja de padres improvisa, si fueron considerados por sus padres
incapaces de tomar decisiones y de pensar, han pasado a creer que la sabiduría
está en sus hijos, borran las distancias que habían impuesto sus padres y se
declaran compinches de sus hijos.
Y así el "padre adultescente" se transforma en el "NO PADRE", aquel que NO pone límites, aquel que NO establece ciertas
normas, aquel que NO se ubica en el lugar del frontón para recibir los golpes del peloteo
que los adolescentes hagan sobre los padres, peloteo necesario para que el
adolescente pueda diferenciarse de sus padres en el difícil proceso de
transitar la adolescencia. Es el padre que NO dejar un lugar en el escenario para que los
hijos lo ocupen.
Con el "padre adultescente" desaparece la ley de la palabra y con ella el legado, la guía, la orientación, los límites, el sentido existencial. En la cultura del "padre adultescente" no hay limite orientador porque es un hijo más; es la cultura del padre hiperocupado, culpógeno, que llega cansado a su casa, que dice que SI a todo porque es más fácil decir que SI, que NO; es la cultura de hijos deslimitados con padres desbrujulados.
Sabemos que poner límites no es nada fácil, ya que el límite genera frustración , discusión y malestar, el "padre adultescente" cree que el limite hace sufrir a su hijo y lo separa de él.
Si el padre NO está, surge la fantasía de que todo es posible, todo se permite, de que solamente importa gozar ilimitadamente, de que solamente interesa la cultura del instante.
Como adultos nos cuesta entender que nuestros hijos necesitan del límite, deben necesariamente aprender a esperar; el no saber esperar es una de las peores cosas que le pasan a un adolescente: si consigue ir aprendiendo que no todo puede obtenerse al instante de desearlo, habremos dado un primer gran paso en el arte de ser padres.
Es frecuente que el adolescente se frustre ante la espera porque no entiende que el esperar forma parte de la vida. Quien aprende a esperar dejará de ser esclavo de la satisfacción inmediata, enseñar a esperar no es reprimir y saber esperar es una condicion de libertad.
No asumir el momento vital que a cada uno le toca, a la larga, genera problemas. En otros tiempos, la sociedad proveía de rituales de pasaje; hoy la cultura ya no ofrece esos ritos, la consecuencia es que los adolescentes se ven obligados a crear sus propios "rituales de pasaje": que pueden ser, por ejemplo, beber hasta perder la conciencia o probar sustancias, lo que amplía la problemática de las adicciones.
Tambien la función reguladora parental está en transformación y a veces las chicas y los chicos se sienten menos contenidos al encarar estas problemáticas, de modo que no es bueno ni positivo como padres apartarnos de nuestra funcion reguladora.
Los hijos de "padres adultescentes" están ocupados siguiendo las vicisitudes de las vidas de sus padres, les cuesta rebelarse porque del otro lado no hay opción, hay una figura que pretende ser una burda imitación de ellos y con la cual puedan no pueden identificarse; porque el adolescente necesita crecer, equivocarse, ir encontrando MODELOS y de hecho los "padres adultescentes" NO son modelos a imitar.
Si yo como adulto no quiero crecer, mal puede mi hijo comportarse de otra manera, porque hay dos iguales y en esa horizontalidad se pierde el sentido de autoridad.
¿Y que hacer entonces?
Simplemente ocupar nuestro rol de padres desde una saludable asimetría, nada más ni nada menos. Delimitar claramente que podemos hacer y que no, dar lugar a acuerdos mínimos reales que nos permitan actuar en conjunto y contener con cierta coherencia a nuestros hijos.
Recuperar la misión instransferible que nos ha tocado, porque el mundo está lleno de quienes quieren reemplazarnos; no esperemos que otros ocupen mi lugar vacante y adopten a nuestros hijos huérfanos.
No se trata de ser perfectos, cometer errores a veces es bueno, porque habilita a que los otros tambien puedan equivocarse; se trata de estar presentes, porque es urgente transmitir valores encarnados. Tenemos que mostrarles a nuestos hijos que vale la pena jugarse por lo que queremos. El tiempo pasa rápido y nos estamos perdiendo una gran oportunidad.
Llamado a la Solidaridad:
"Se necesitan millones de dadores universales de afecto y de presencia" del grupo "padres dispuestos a ser coherentes y mostrarles a sus hijos que la vida vale la pena".
Abstenerse Padres Adultescentes.
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