sábado, 10 de septiembre de 2022

SIN PALABRAS


Jorge Luis Borges dijo que “escasas disciplinas habrá de mayor interés que la etimología; ello se debe a las imprevisibles transformaciones del sentido primitivo de las palabras, a lo largo del tiempo. Dadas tales transformaciones, que pueden lindar con lo paradójico, de nada o de muy poco nos servirá para la aclaración de un concepto el origen de una palabra.”


Sin embargo, y a pesar de la (bien fundamentada) advertencia borgiana, todavía se suele aplicar el análisis etimológico, cuando se pretende aclarar un término o fundamentar su corrección ciertas aplicaciones del mismo. Pero, en muchos casos, este intento resulta poco afortunado, ya sea porque, como bien señaló Borges, el cambio de aplicación del concepto es tan grande que no parece remitir en nada al uso actual, o porque el origen etimológico es inseguro, o bien porque la historia del término en cuestión es demasiado corta como para revestir interés alguno.


Y, por supuesto, también existen ocasiones, en los que el problema no lo presenta el término mismo en cuestión y su deriva a través de la historia de su semántica, sino en cómo se pretende aplicarlo. Ya al menos desde Platón y su “Crátilo”, podemos revisar la problematización del sentido de las palabras, su origen, y su significado, y en algunos casos, como se ha comprobado sobre el mismo diálogo, todo esta problematización, una vez aplicada, puede resultar completamente falsa, si es que fuera incorrecta la etimología.


Ese es el caso de la palabra “adicto”, y el origen que se dio a la misma en los ámbitos “psi”. Según esta etimología, que podríamos denominar del alguna manera, popular, “adicto” vendría de “a” (prefijo privativo, como en “afasia”) y “dictus” (literalmente “lo dicho”, en latín). El adicto, sería, por tanto, aquel que no puede expresar su angustia, o sus problemas, sus necesidades, etc. Y a esta falta de expresión, a su vez, le correspondería el desarrollo de un comportamiento que reemplaza esta expresión. Sin embargo, esto no puede dejar de ser erróneo, en tanto un único término no puede tener origen etimológico de diferentes lenguas.

A decir verdad, el término “adicto” deriva enteramente del termino latino, addictus, que literalmente significa "apegado o adherido”, y que se podría atribuir a una persona, una opinión, etc., y es el participio pasivo del verbo addicere, "asignar, adjudicar, dedicar" (de ad, "a, hacia, para" junto con dicere, "decir"). Este verbo significa asignar, adjudicar, entregar o dedicar. Como reflexivo o en pasiva, significa apegarse o adherir a una persona, una opinión, etcétera. De modo que, por su etimología, adicto es, simplemente, "apegado". 


Circula desde hace un tiempo entre quienes trabajamos con personas con consumos problemáticos de sustancias, cierto  juego verbal que  ha generado la idea que un adicto es, etimológicamente, una persona sin palabras. Esto porque explican la voz adicto como formada con el prefijo privativo a- y dictum "dicho, palabra". Lo que no se tiene en cuenta en esta nueva y aceptada imaginativa etimologista es que el prefijo privativo a- es de origen griego y la palabra dictum es latina. Si bien hoy en día ese prefijo está establecido como prefijo español y teóricamente es posible crear un neologismo uniéndolo a una raíz de otro origen, la palabra adicto es antigua y no puede ser un híbrido de ese tipo. 

Sin ánimo de generar una discusión técnica-académica referida a la etimología, voy a tomar la licencia de referirme a la proyección linguistica funcional metafórica de la adicción.



Cuando decimos que  “adicción” significa “sin palabras” nos referimos a que ésta es la realidad del adicto: su dificultad  para “poner en palabras” lo que le ocurre, lo que siente y lo que lo angustia.


De modo que todo aquello que no puede decir, lo actúa. O sea, que no puede expresar lo que siente, no logra mediatizarlo mediante la ‘palabra’, por lo que pone en marcha una acción rápida que alivie su angustia.

Y es justamente ésta una característica propia del adicto: el no poder esperar y la búsqueda de satisfacción inmediata; es lo que lo induce a consumir, encontrando una salida rápida y eficaz,  pero que a largo plazo se vuelve en contra, ahondando el sufrimiento.



Más allá de la cuestión a la que es adicta, las personas enfermas tiene varias características en común: sensación de vacío, sentimientos de soledad, desamparo social, no tolerar la angustia, baja autoestima y baja tolerancia a la frustración.



Mucho puede decirse sobre cómo estas características psicológicas se correlacionan con los factores sociológicos, dado que es fundamentalmente la familia y el ambiente social: la red que facilita la salud o enfermedad.

En las familias donde circulan los doble mensajes: ‘haz lo que yo digo y no lo que yo hago’, la falta de diálogo y/o padres negadores, es aquí donde el poder de la palabra queda desestimado y tiene una connotación de la pérdida de valor de la misma.


La falta de límites como así también lospadres ausentesson también factores que predisponen las adicciones. De hecho, las personas adictas poseen historias de abandono, abuso y/o maltrato.


En el aspecto social, además de tener en cuenta la familia, es necesario determinar el ambiente donde se desarrolla la persona, la idiosincrasia y la cultura de la misma, dado que ésto precipita también, aunque de modo distinto en cada una, la aparición de esta enfermedad.


Las expectativas, mandatos y presiones sociales a las que se ve sometido el individuo, como así también la accesibilidad a las sustancias tóxicas, constituyen
factores predisponentes al consumo.


Como vemos, es muy difícil  trabajar esta problemática, dado que primero hay que inducir a que la persona acepte su enfermedad y pueda, mediante la palabra y el reconocimiento de lo que le ocurre, elaborar lo que la angustia.



Detrás de toda adicción hay sufrimiento. Estas palabras echan luz sobre otra cuestión. Por lo general, se presupone que la enfermedad es una elección y quien la padece, elige ese camino más “cómodo”. Quizás es este prejuicio,  con el consiguiente estigma social asociado, con el que cargan quienes padecen la adicción.

Es difícil saber si cada uno de nosotros, como sociedad, podemos contribuir para erradicar o al menos disminuir esta patología cada vez más frecuente. Sabiendo que la familia es un pilar muy importante, podemos quizás empezar por lo más cercano, replanteando si tenemos actitudes que favorecen el interés y la comunicación por los que nos rodean.


Tenemos que aspirar a que se establezcan desde las instituciones -sea a través de la escuela y organismos pertinentes-
políticas de control que favorezcan y promuevan mecanismos más sanos para canalizar las frustraciones propias de cada realidad humana.


Sin caer en utopías, considero que debe quedar claro que sí tenemos una cuota de poder para al menos transformar algo de lo que nos rodea y saber que la sociedad se forma a través de la unidad básica: la familia. Es ahí donde tenemos la responsabilidad de sostener los valores que la construyen.



Como padres tenemos que estar dispuestos a abrirnos para cobijar todos los estados emocionales de nuestros hijos, una de las claves de ese "cobijar" es poner palabras, hablar, de lo que les pasa. Las palabras que de verdad colaboran son las que nos conectan con lo que sentimos y nos permiten confiar en ello, comprenderlo y procesarlo, que integran en nosotros lo que pensamos con lo que sentimos.


Acompañar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a conectarse con ellos mismos, a saber lo que les pasa, lo que sienten, lo que desean, y a hablar de ello, incluso ayudarlos a  resolverlo si fuera posible, enriqueciendo ellos por ese camino sus recursos para enfrentar situaciones difíciles, y tolerar niveles de estrés cada más altos. De ese modo internalizan nuestra presencia y nuestros recursos, y cuentan con ellos cuando están lejos de nosotros, ya sea en el aula, en el recreo, en la casa de un amigo, en la cancha de fútbol o en el boliche.




A veces su problema o su dificultad no puede resolverse, en ese caso tambien es necesario acompañarlos a despedirse (no puedo con la matemática, se murió mi mascota, mi mejor amigo dejó de serlo, no me animo a quedarme a dormir en lo de mi amiga, me dejó mi novia) y para eso seguramente tengan que enojarse, entristecerse, y ¡hablar del tema!, hasta finalmente aceptar con dolor que las cosas no siempre son como uno quiere.


Así como podemos colaborar en este proceso, también podríamos interferir ¡y mucho!, ya sea con el ejemplo de lo que hacemos nosotros ante los contratiempos de nuestra vida como lo que hacemos cuando son ellos los que lo pasan mal: me voy de "shopping" para olvidarme de la pelea con mi marido o para alejarme de mis problemas laborales, me voy a dormir para no pensar y automáticamente apago la señal con el resto de la familia, me abstraigo en el mundo de mi iphone y las redes sociales, me tomo un vasito de vino porque estoy muy estresado. 
Lamentablemente cuando sistemáticamente esquivamos de esta forma las dificultades de la vida diaria, nuestros hijos aprenderán a hacer lo mismo. 
Y así, sin querer....queriendo... Sin darnos cuenta, los estamos invitando a resolver sus problemas con adicciones, es decir, sin palabras.



¡HOY PUEDE SER UN GRAN DIA PARA HABLAR CON ELLOS!


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